A finales de los años 70, Francisco Gilardi solicita los servicios del genial arquitecto Luis Barragán para la realización del proyecto de su casa en una calle de Ciudad de México, en un estrecho y alargado solar entre medianeras de 10×36 metros. A sus 80 años y tras casi 10 años de inactividad, Barragán aceptó el encargo, realizando así su última obra y quizás la más paradigmática de todas.
© Taiyo Watanabe
La vivienda se descompone en dos volúmenes, delantero y posterior, ambos ocupando todo el ancho del terreno y conectados por un largo corredor. El bloque delantero constituido por el volumen rosa que da a la calle se protege de esta reduciendo el número de huecos a la misma y descomponiendo su volumen hacia el interior del pequeño patio, en el que se protege y abriga el árbol Jacaranda que debía ser respetado en la construcción de la vivienda y que resalta con sus ramas y flores los altos lienzos que enmarcan este patio.
Este primer volumen está distribuido en tres plantas, en la primera nos encontramos con el acceso a la vivienda, el garaje y las zonas de servicio; en la segunda planta existe un dormitorio y la sala de estar y por último en la tercera planta se ubican dos dormitorios más. En la parte posterior de este primer volumen se anexa la cocina y junto a esta el corredor que conecta con el volumen posterior, de una sola planta, configurando el área de la piscina y salón comedor.
La disposición en planta descubre poco a poco los espacios a través de filtros de luz y silencio. Un mundo de sensaciones: sencilla entrada, el pasillo se amplia, la escalera sin barandilla levita y asciende por el efecto de luz cenital, nos atrae un emocionante corredor invadido por la suave luz amarillenta que se filtra por una serie de aberturas verticales con vidrios de color onix, para finalizar el recorrido en la estancia de la piscina, con un fondo a modo de lienzo en paredes azules, contrastando con el color rojo de la columna central y bañada por la luz cenital. Esa piscina-estar-comedor es el espacio central de la casa: un ámbito mágico donde la vida se interrumpe en un callado paso entre lo sólido y lo líquido, el estar-comedor se instala a orilla del agua de la piscina, y el muro de color rojo se hunde en ella y vibra con las geometrías producidas por la cambiante luz cenital que va transformando el espacio a lo largo del día.
Azul de Joan Miró
Con pocas referencias del mundo exterior, la casa Gilardi se exhibe en su interior mediante la belleza de sus espacios para poder ser disfrutados, afirmando así su carácter introspectivo. Los diferentes ambientes se asoman al recinto interior a través de grandes superficies acristaladas. El árbol tiene su espacio reservado, pero no actúa como protagonista, sino que es un complemento del conjunto que encuentra su escenario en el vacío del solar.
A finales de los años 70, Francisco Gilardi solicita los servicios del genial arquitecto Luis Barragán para la realización del proyecto de su casa en una calle de Ciudad de México, en un estrecho y alargado solar entre medianeras de 10×36 metros. A sus 80 años y tras casi 10 años de inactividad, Barragán aceptó el encargo, realizando así su última obra y quizás la más paradigmática de todas.
© Taiyo Watanabe
La vivienda se descompone en dos volúmenes, delantero y posterior, ambos ocupando todo el ancho del terreno y conectados por un largo corredor. El bloque delantero constituido por el volumen rosa que da a la calle se protege de esta reduciendo el número de huecos a la misma y descomponiendo su volumen hacia el interior del pequeño patio, en el que se protege y abriga el árbol Jacaranda que debía ser respetado en la construcción de la vivienda y que resalta con sus ramas y flores los altos lienzos que enmarcan este patio.
Este primer volumen está distribuido en tres plantas, en la primera nos encontramos con el acceso a la vivienda, el garaje y las zonas de servicio; en la segunda planta existe un dormitorio y la sala de estar y por último en la tercera planta se ubican dos dormitorios más. En la parte posterior de este primer volumen se anexa la cocina y junto a esta el corredor que conecta con el volumen posterior, de una sola planta, configurando el área de la piscina y salón comedor.
La disposición en planta descubre poco a poco los espacios a través de filtros de luz y silencio. Un mundo de sensaciones: sencilla entrada, el pasillo se amplia, la escalera sin barandilla levita y asciende por el efecto de luz cenital, nos atrae un emocionante corredor invadido por la suave luz amarillenta que se filtra por una serie de aberturas verticales con vidrios de color onix, para finalizar el recorrido en la estancia de la piscina, con un fondo a modo de lienzo en paredes azules, contrastando con el color rojo de la columna central y bañada por la luz cenital. Esa piscina-estar-comedor es el espacio central de la casa: un ámbito mágico donde la vida se interrumpe en un callado paso entre lo sólido y lo líquido, el estar-comedor se instala a orilla del agua de la piscina, y el muro de color rojo se hunde en ella y vibra con las geometrías producidas por la cambiante luz cenital que va transformando el espacio a lo largo del día.
Azul de Joan Miró
Con pocas referencias del mundo exterior, la casa Gilardi se exhibe en su interior mediante la belleza de sus espacios para poder ser disfrutados, afirmando así su carácter introspectivo. Los diferentes ambientes se asoman al recinto interior a través de grandes superficies acristaladas. El árbol tiene su espacio reservado, pero no actúa como protagonista, sino que es un complemento del conjunto que encuentra su escenario en el vacío del solar.
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